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1Acuérdate de tu Creador ahora que eres joven y que aún no han llegado los tiempos difíciles; ya vendrán años en que digas: «No me trae ningún placer vivirlos.»[#12.1-7 Contrastando con los últimos ecos de la alegría (cf. Ec 11.9-10), el libro se cierra con una evocación poética de la vejez y de la muerte. Por la sobriedad de su estilo y por su sorprendente despliegue de imágenes y metáforas, este poema es, sin duda, una de las cumbres de la poesía bíblica y universal.]
2Hazlo ahora, cuando aún no se apaga la luz del sol, de la luna y de las estrellas, y cuando aún hay nubes después de la lluvia.
3Llegará un día en que tiemblen los guardianes del palacio y se doblen los valientes; quedarán tan pocas molineras, que dejarán de moler; las que miran por las ventanas, comenzarán a perder la vista.
4Cuando llegue ese día, se cerrarán las puertas que dan a la calle; el ruido del molino se irá apagando; las aves dejarán oír su canto, pero las canciones dejarán de oírse;
5la altura causará miedo, y en el camino habrá peligros.
El almendro comenzará a florecer,
la langosta resultará una carga
y la alcaparra no servirá para nada.
Pues el hombre va a su hogar eterno,
y en la calle se escucha ya
a los que lloran su muerte.
6Acuérdate de tu Creador ahora que aún no se ha roto el cordón de plata ni se ha hecho pedazos la olla de oro; ahora que aún no se ha roto el cántaro a la orilla de la fuente ni se ha hecho pedazos la polea del pozo.
7Después de eso el polvo volverá a la tierra, como antes fue, y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio.[#12.7 Según la doctrina corriente en al AT, el hombre recibe el espíritu o aliento de vida en forma provisoria (cf. Gn 2.7; 6.3). Una vez que se cumplen los contados días de su existencia, Dios toma de nuevo para sí ese aliento vital, y todo el hombre vuelve al polvo del que había sido formado (Gn 3.19; Sal 104.29; Ec 3.20-21). El autor del Eclesiastés compartía esta creencia, ya que él escribió su libro antes que surgiera en Israel la fe en la resurrección de los muertos (cf. Dn 12.1-2). Véase también Sal 6.5(6) n.]
8Yo, el Predicador, repito:
¡Vana ilusión, vana ilusión!
¡Todo es vana ilusión!
9Y mientras más sabio llegó a ser el Predicador, más conocimientos impartió a la gente. También se dio a la tarea de estudiar gran número de proverbios, y de clasificarlos ordenadamente.
10Hizo todo lo posible por encontrar las palabras más adecuadas, para escribir convenientemente dichos verdaderos.
11Los dichos de los sabios son como aguijones, y una vez reunidos en colecciones son como estacas bien clavadas, puestas por un solo pastor.[#12.11 traducción probable. Heb. oscuro.]
12Lo que uno saca de ellos son grandes advertencias. El hacer muchos libros no tiene fin, y el mucho estudio cansa.[#12.12 otra posible traducción: recibe además, hijo mío, esta otra advertencia .]
13El discurso ha terminado. Ya todo ha sido dicho. Honra a Dios y cumple sus mandamientos, porque eso es el todo del hombre.
14Dios habrá de pedirnos cuentas de todos nuestros actos, sean buenos o malos, y aunque los hayamos hecho en secreto.