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1Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de Santiago, y se fue aparte con ellos a un cerro muy alto.
2Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su cara brillaba como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz.[#17.2 Cf. Ex 34.29-35.]
3En esto vieron a Moisés y a Elías conversando con Jesús.[#17.3 relacionados con las promesas del AT, que Jesús vino a cumplir. Cf. Dt 18.15; Mal 4.5-6 (3.23-24). Véase Mal 4.5[3.23] n.]
4Pedro le dijo a Jesús:
—Señor, ¡qué bien que estemos aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
5Mientras Pedro estaba hablando, una nube luminosa se posó sobre ellos, y de la nube salió una voz, que dijo: «Este es mi Hijo amado, a quien he elegido: escúchenlo.»[#17.5 En el AT la nube está relacionada con la presencia divina; cf. Ex 16.10; 33.9-10; 40.34-38; 1 R 8.10-11 .; #17.5 Gn 22.2; Sal 2.7; Is 42.1; Mt 3.17; 12.18; Mc 1.11; Lc 3.22. Mi Hijo amado, a quien he elegido: Véase Mt 3.17 n. La expresión escúchenlo recuerda a Dt 18.15.]
6Al oír esto, los discípulos se postraron con la cara en tierra, llenos de miedo.
7Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo:
—Levántense; no tengan miedo.
8Y cuando miraron, ya no vieron a nadie, sino a Jesús solo.
9Mientras bajaban del cerro, Jesús les ordenó:
—No cuenten a nadie esta visión, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado.
10Los discípulos preguntaron entonces a Jesús:
—¿Por qué dicen los maestros de la ley que Elías ha de venir primero?
11Y Jesús contestó:
—Es cierto que Elías viene primero, y que él lo arreglará todo.
12Pero yo les digo que Elías ya vino, y que ellos no lo reconocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron. Del mismo modo, el Hijo del hombre va a sufrir a manos de ellos.
13Entonces los discípulos se dieron cuenta de que Jesús les estaba hablando de Juan el Bautista.[#17.12-13 Mt 11.14 n.; Jesús ve que la profecía de Mal 4.5-6 (3.23-24) se había cumplido en la persona de Juan el Bautista .]
14Cuando llegaron a donde estaba la gente, se acercó un hombre a Jesús, y arrodillándose delante de él le dijo:
15—Señor, ten compasión de mi hijo, porque le dan ataques y sufre terriblemente; muchas veces cae en el fuego o en el agua.[#17.15 Algunas versiones traducen es epiléptico, ya que, tanto aquí como en Mc 9.17-18, los síntomas son semejantes a los de la epilepsia.]
16Aquí se lo traje a tus discípulos, pero no han podido sanarlo.
17Jesús contestó:
—¡Oh gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Traigan acá al muchacho.
18Entonces Jesús reprendió al demonio y lo hizo salir del muchacho, que quedó sano desde aquel momento.
19Después los discípulos hablaron aparte con Jesús, y le preguntaron:
—¿Por qué no pudimos nosotros expulsar el demonio?
20Jesús les dijo:
—Porque ustedes tienen muy poca fe. Les aseguro que si tuvieran fe, aunque solo fuera del tamaño de una semilla de mostaza, le dirían a este cerro: “Quítate de aquí y vete a otro lugar”, y el cerro se quitaría. Nada les sería imposible.
22Mientras andaban juntos por la región de Galilea, Jesús les dijo:
—El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres,
23y lo matarán; pero al tercer día resucitará.[#17.22-23 Mt 16.21; 20.17-19.]
Esta noticia los llenó de tristeza.
24Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Cafarnaúm, los que cobraban el impuesto para el templo fueron a ver a Pedro, y le preguntaron:[#17.24 Cf. Ex 30.13; 38.26. Entre los judíos, cada varón adulto tenía que pagar un impuesto anual para el templo; tal impuesto era de dos dracmas, aprox. dos denarios romanos, o sea, el salario de dos días de un campesino.]
—¿Tu maestro no paga el impuesto para el templo?
25—Sí, lo paga —contestó Pedro.
Luego, al entrar Pedro en la casa, Jesús le habló primero, diciendo:
—¿Tú qué opinas, Simón? ¿A quiénes cobran impuestos y contribuciones los reyes de este mundo: a sus propios súbditos o a los extranjeros?
26Pedro le contestó:
—A los extranjeros.
Jesús añadió:
—Así pues, los propios súbditos no tienen que pagar nada.
27Pero, para no servir de tropiezo a nadie, vete al lago, echa el anzuelo y saca el primer pez que pique. En su boca encontrarás una moneda, que será suficiente para pagar mi impuesto y el tuyo; llévala y págalos.