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1En el mes octavo del año segundo del gobierno del rey Darío, el Señor dirigió este mensaje al profeta Zacarías, hijo de Berequías y nieto de Idó. Le dijo:[#1.1 fue rey de Persia durante los años 522-486 a.C. El mes octavo del año segundo corresponde a octubre-noviembre del 520 a.C., dos meses después de la primera profecía de Hageo (Hag 1.1).; #1.1 Con respecto al encabezamiento de los libros proféticos, véase Is 1.1 nota.; #1.1 provenía de una familia sacerdotal que había regresado a Jerusalén al finalizar el exilio (Neh 12.4). Zacarías, hijo de Berequías y nieto de Idó: En Esd 5.1; 6.14, se menciona a Zacarías como hijo de Idó, pero no hay duda de que en ambos casos se trata del mismo profeta, contemporáneo de Hageo. No debe ser confundido con el mencionado en Mt 23.35.]
2-3«Yo, el Señor todopoderoso, me enojé mucho con los antepasados de ustedes. Por eso, dile ahora de mi parte al pueblo: “Vuélvanse a mí, y yo me volveré a ustedes. Yo, el Señor, lo afirmo.[#1.2-3 exhorta a la nueva generación de judíos a volverse a él, a fin de evitar su enojo, que había traído como consecuencia la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia. Cf. Is 55.7; Mal 3.7.]
4No hagan como sus antepasados, a quienes los antiguos profetas les dijeron de parte mía que abandonaran su mala conducta y sus malas acciones, pero ellos no quisieron escucharme ni hacerme caso. Yo, el Señor, lo afirmo.[#1.4 La expresión los antiguos profetas alude a aquellos que profetizaron antes del exilio, con anterioridad al año 587 a.C. Esos profetas han muerto, pero su palabra sigue siendo eficaz. Cf. Is 45.22; Jer 18.11; 25.5; 35.15; Ez 33.11.]
5Pero ahora, ¿dónde están aquellos antepasados de ustedes? ¿Acaso vivirán siempre los profetas?
6Sin embargo, mis palabras y mandatos, que yo había encomendado a mis siervos los profetas, llegaron a los antepasados de ustedes. Y ellos se volvieron a mí, reconociendo que yo, el Señor todopoderoso, los había tratado como su conducta y sus acciones merecían.”»[#1.6 Cf. Is 40.7-8.]
7Este es el mensaje que yo, el profeta Zacarías, hijo de Berequías y nieto de Idó, recibí del Señor el día veinticuatro del mes once (el llamado mes de Sebat) del año segundo del gobierno del rey Darío.[#1.7 o de Sebat corresponde a enero-febrero del 519 a.C. Cf. Hag 1.1.]
8Una noche tuve esta visión: Vi un jinete montado en un caballo rojo. Estaba parado en un valle, entre unos arrayanes, y detrás de él había un grupo de caballos, unos rojos, otros castaños y otros blancos.[#1.8 El jinete es posiblemente el ángel del Señor al que se hace referencia en el v. 11.; #1.8 o mirtos: árboles pequeños que crecen en los valles del cercano Oriente.; #1.8 Los caballos, con sus respectivos jinetes, designan simbólicamente a los ángeles inspectores del mundo (v. 10). El texto griego incluye un cuarto grupo de caballos negros. Cf. Zac 6.2-3; Ap 6.2-8.]
9Yo pregunté: «Señor, ¿quiénes son esos jinetes?» Y el ángel que hablaba conmigo me contestó: «Yo te mostraré quiénes son.»
10Entonces el que estaba entre los arrayanes dijo: «Estos son los que el Señor ha enviado a recorrer toda la tierra.»
11Los jinetes le dijeron entonces al ángel del Señor que estaba entre los arrayanes: «Hemos recorrido toda la tierra, y la hemos encontrado tranquila y en paz.»[#1.11 El contexto parece indicar que se trata del jefe de los otros ángeles. El significado de esta expresión en los textos bíblicos más antiguos se explica en Gn 16.7 nota.; #1.11 La expresión tranquila y en paz destaca la calma que imperaba en el imperio persa. Una inscripción antigua hace referencia a la calma y tranquilidad que reinó en Persia cuando se puso fin a una rebelión contra Darío. Ese período de paz inquietaba al profeta y al pueblo judío, ya que no se percibían los cambios anunciados por Hageo (Hag 2.6,21-23), que darían inicio a la era mesiánica.]
12El ángel del Señor dijo: «Señor todopoderoso, hace ya setenta años que estás enojado con Jerusalén y con las ciudades de Judá. ¿Cuánto tiempo habrá de pasar aún antes de que vuelvas a tenerles compasión?»[#1.12 Los setenta años corresponden aproximadamente a la duración del exilio en Babilonia (cf. Jer 25.11; 29.10, y véase también Zac 7.5 n.).]
13El Señor respondió con bondadosas palabras de consuelo al ángel que hablaba conmigo,
14y luego el ángel me ordenó que anunciara: «Esto dice el Señor todopoderoso: “Yo amo profundamente a Jerusalén y al monte Sión.[#1.14 Lit. estoy celoso. Los celos del Señor surgen del amor profundo que él siente por su pueblo. Cf. Ex 20.5; Dt 5.9.]
15Por eso mi furor se ha encendido contra esas naciones despreocupadas que, cuando yo estaba poco enojado, ayudaron a agravar la maldad.[#1.15 son los enemigos de Judá, particularmente Asiria (Is 10.5) y Babilonia (Is 47.6; Jer 25.9), que fueron instrumentos de la ira del Señor y causaron graves padecimientos al pueblo de Israel.]
16Por lo tanto, yo, el Señor, digo: Ahora me he vuelto con compasión a Jerusalén, y voy a hacer que el templo y toda la ciudad sean reconstruidos.”»
17El ángel me dijo además: «Anuncia también esto: “El Señor todopoderoso dice: Voy a hacer que mis ciudades prosperen mucho otra vez; voy a dar nuevo aliento a Sión, y voy a proclamar de nuevo a Jerusalén como mi ciudad elegida.”»
1818 (2.1) Tuve otra visión, en la cual vi aparecer cuatro cuernos.[#1.18 (2.1) En el AT, los cuernos representan la fuerza y el poderío (véase Am 6.13 n.). Aquí se refieren a las naciones poderosas que sometieron a los israelitas (cf. Dn 7.14-27).]
1919 (2.2) Le pregunté al ángel que estaba hablando conmigo qué significaban aquellos cuernos, y él me contestó: «Estos cuernos representan el poder de los que han dispersado por todas partes a los habitantes de Judá, Israel y Jerusalén.»
2020 (2.3) Después el Señor me hizo ver a cuatro herreros.[#1.20 (2.3) Los cuatro herreros son símbolo del poder de Dios, que terminará por destruir a todos los enemigos de su pueblo. Cf. Hag 2.21-22.]
2121 (2.4) Yo pregunté: «¿A qué han venido estos herreros?» Y él me contestó: «Así como esos cuernos representan a los que dispersaron a Judá, de tal modo que nadie podía levantar cabeza, estos herreros han venido a hacer temblar de espanto y a cortarles los cuernos a las naciones que, dando cornadas a Judá, dispersaron a sus habitantes.»