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1Tres días después, Ester se puso su vestido de reina, se fue a la entrada de la sala del palacio donde está el trono, y se detuvo frente al rey.
2-3-4Allí pidió ayuda a Dios, que sabe todas las cosas y es el salvador de todos.
Ester estaba bellísima, y fue al encuentro del rey acompañada de dos sirvientas. Una de ellas la conducía elegantemente, y la otra le sostenía la cola del vestido.
5Era tal su belleza que su rostro irradiaba alegría, como el de una mujer enamorada. Sin embargo, en el fondo tenía mucho miedo.
6Fue pasando por cada una de las puertas, hasta llegar ante el trono del rey, quien vestido con finas ropas y joyas preciosas, lucía impresionante.
7Cuando el rey vio que Ester se acercaba, se enojó muchísimo. Entonces Ester se puso pálida y se desmayó en brazos de su sirvienta.
8Pero Dios hizo que el rey olvidara su enojo, y este, muy preocupado, se levantó de su trono y tomó a Ester en sus brazos. Mientras ella se reponía, el rey le habló con mucho cariño. Le dijo:
9-10—¿Qué te pasa Ester? No tengas miedo. Yo soy tu esposo y no vas a morir. La ley que di es solo para la gente común y corriente.
11-12Cuando el rey vio a Ester, se puso contento y la señaló con el cetro de oro que tenía en su mano. Entonces Ester se acercó, tocó la punta del cetro,
13-14y le dijo al rey:
—Cuando vi a Su Majestad, me pareció ver un ángel de Dios. Ver tanta grandeza me dio mucho miedo. ¡Usted, Majestad, tiene un rostro tan hermoso que me tiene impresionada!
15-16Mientras Ester decía esto, se volvió a desmayar. El rey se angustió mucho y los que estaban alrededor intentaban reanimarla.
17El rey le preguntó:
—¿Qué deseas, Ester? Te daré lo que me pidas. Hasta la mitad de mi reino te daría si me lo pidieras.
18Ella respondió:
—Su Majestad, he preparado un banquete en su honor. Si le parece bien, quisiera que usted y Amán asistieran.
19El rey dijo a sus sirvientes:
—Vayan a buscar a Amán enseguida, para que vayamos al banquete de Ester.
Así que el rey y Amán fueron al banquete.
20Mientras bebían vino, el rey le preguntó a Ester:
—¿Qué es lo que deseas? Pídeme lo que quieras. Hasta la mitad de mi reino te daría.
21-22Ester le respondió:
—Si he agradado a Su Majestad, y le parece bien cumplir mis deseos, me gustaría que usted y Amán vengan a otro banquete que les prepararé mañana. Allí le diré qué es lo que deseo.
23Aquel día, Amán se fue alegre y contento. Pero cuando llegó a la entrada del palacio y vio que Mardoqueo no se ponía de pie, y ni siquiera se movía, se enfureció mucho.
24Sin embargo, no lo demostró, sino que se fue a su casa para buscar a sus amigos y a su esposa Zeres.
25Amán les habló de las grandes riquezas que poseía, de cuántos hijos tenía, de todos los honores que había recibido del rey, y de cómo le había dado autoridad sobre los asistentes y colaboradores del reino.
26Después les dijo:
—La reina Ester invitó solo al rey y a mí al banquete que ella había preparado. Y nos ha invitado a otro banquete que ofrecerá mañana.
27Pero este gozo se me acaba cuando veo a ese judío Mardoqueo sentado a la entrada del palacio.
28Entonces su esposa Zeres y todos sus amigos le aconsejaron:
—Manda construir una horca de unos veintidós metros de altura. Luego, mañana por la mañana, le dirás al rey que haga colgar a Mardoqueo en esa horca. Así podrás disfrutar del banquete, en compañía del rey.
Este consejo le agradó a Amán, y mandó a construir la horca.