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1En el momento en que en Jerusalén, en el Templo de Dios, se ofrecía el incienso vespertino, Judit se postró rostro en tierra y, cubriéndose la cabeza con ceniza y dejando al descubierto el vestido de sayal que llevaba puesto, invocó al Señor en alta voz. Dijo Judit:[#Dn 9,3; 1 Ma 3, 47; Ex 30,8.]
2“Señor, Dios de mi antepasado Simeón,
en manos de quien pusiste una espada
para vengarse de aquellos extranjeros
que profanaron el seno de una virgen,
la mancillaron, desnudaron su cuerpo
y, cubriéndola de vergüenza, la deshonraron.
Pero aunque tú dijiste: Eso no será así,
ellos, sin embargo, lo hicieron.
3Por eso entregaste a sus jefes a la muerte,
y su lecho, que ellos usaron con engaño,
también con engaño quedó ensangrentado.
Destruiste a los esclavos y a los príncipes,
a los príncipes en sus propios tronos.
4Entregaste sus mujeres al pillaje,
a sus hijas las llevaste al cautiverio.
Todos sus despojos fueron repartidos
entre tus hijos muy amados,
que, rebosando celo por tu causa
y horror por su sangre mancillada,
clamaron a ti pidiéndote socorro.
¡Escucha, Dios mío, a esta viuda!
5Tú has hecho el pasado,
el presente y lo que ha de venir.
Tú eres quien dispone
los acontecimientos presentes y futuros;
y lo que tú dispones, se realiza.
6Tus designios se presentan ante ti
diciendo: “¡Aquí estamos!”;
porque tú preparas todos tus caminos
y tomas de antemano tus decisiones.
7Mira cómo los asirios,
sintiéndose poderosos,
se jactan de sus caballos y sus jinetes;
se enorgullecen del poder de su infantería
y confían en sus escudos,
en sus lanzas, arcos y hondas.
Pero no reconocen que tú, Señor,
eres quien pone fin a las guerras.
8Tu nombre es “El Señor”.
¡Quebranta con tu poder su fuerza,
y con tu ira destruye su poderío!
Porque planean profanar tu santuario,
contaminar la morada
donde reside tu nombre glorioso,
y derribar tu altar a golpes de hierro.
9Mira su arrogancia,
descarga tu ira sobre sus cabezas,
y a mí, que soy viuda, dame
fuerza para llevar a cabo mi plan.
10Haz que mi lengua los engañe:
que caiga el esclavo con su señor
y el señor con el esclavo.
¡Que mi mano de mujer
destruya su soberbia!
11Porque no consiste tu poder en el número,
ni en los fuertes tu señorío;
pues tú eres el Dios de los humildes,
el socorro de los desvalidos,
el defensor de los débiles,
el refugio de los abandonados,
el salvador de los desesperados.
12Tú que eres el Dios de mi padre,
el Dios de la heredad de Israel,
el soberano de los cielos y la tierra,
el creador de los mares,
y el rey de cuanto tú mismo has creado,
¡escucha mi oración!
13Dame palabras para seducirlos
y para herir de muerte
a los que han tramado planes perversos
contra tu alianza y tu santo Templo,
que se alza sobre el monte Sión,
y contra la casa de tus hijos.
14Haz que todo tu pueblo
y cada una de sus tribus
vean y reconozcan que tú eres Dios,
el Dios de todo poder y fuerza,
y que fuera de ti no hay protector alguno
para el linaje de Israel”.