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1Por tal razón, seres repugnantes sirvieron
para castigar merecidamente a los egipcios,
para atormentarlos con una plaga de pequeños animales,
2mientras a tu pueblo lo socorriste con benevolencia[#16,1-2: Después de una extensa digresión (11,15—15,19), el autor recupera aquí el hilo del discurso iniciado en 11,4 donde se describía el primer contraste entre los castigos que tuvieron que soportar los egipcios y el proceso liberador experimentado por los israelitas. A partir de aquí se van a señalar seis contrastes más que, con el de 11,4-14, harán un total de siete, cifra que, en la cultura semita, indica perfección, totalidad.]
y saciaste su hambre con un exquisito manjar, las codornices.
3Estaban hambrientos los egipcios,
pero perdieron totalmente el apetito
ante las repugnantes sabandijas enviadas contra ellos.
Tu pueblo, en cambio, tras ayunar por poco tiempo,
pudo saborear un manjar exquisito.
4Porque era justo que sobre aquellos tiranos
se abatiera una terrible escasez,
mientras que a los tuyos les bastaba contemplar
cómo eran atormentados sus enemigos.
5Pues incluso cuando se abatió sobre los israelitas
el ataque terrible de las bestias
y perecían mordidos por serpientes tortuosas,
tu enojo no llegó hasta el fin.
6Sólo por un poco tiempo los intimidaste
para que pudiera servirles de escarmiento,
ya que disponían de una señal de salvación
que les hacía recordar los mandamientos de tu ley.
7Quien se volvía hacia ella, quedaba curado;
no por el simple hecho de contemplarla,
sino gracias a ti, que eres salvador universal.
8Así fue como demostraste a nuestros enemigos
que únicamente tú libras de todo mal.
9Los egipcios morían picados
por langostas y mosquitos
sin que pudieran encontrar
remedio para salvar su vida,
pues bien merecido tenían
el castigo de semejantes bichos;
10pero contra tus hijos nada pudo conseguir
la mordedura de serpientes venenosas,
ya que tu misericordia se interpuso y los curó.
11Eran, sí, mordidos, pero inmediatamente curados,
para que pudieran recordar tus palabras
y no las relegaran a un olvido total,
quedando excluidos de tus beneficios.
12Que no los curó hierba medicinal ni ungüento alguno,
sino tu palabra, Señor, que todo lo sana.
13Y es que tú tienes poder sobre la vida y la muerte;
puedes arrojar al abismo profundo y hacer salir de él.
14El ser humano, en cambio, puede matar, arrastrado por el mal,
pero no puede devolver el espíritu una vez que se ha ido;
ni tampoco puede rescatar el alma una vez arrebatada.
15Nadie puede escapar de tu poder.
16Los impíos rehusaron reconocerte[#16,16-19: Todo este pasaje evoca evidentemente la plaga del granizo y la tormenta de Ex 9,23-34; pero se trata de una evocación teológica al estilo rabínico del tiempo, y por eso resulta fallido cualquier intento de armonización detallada entre este pasaje de Sb y el relato de Ex.]
y tu brazo poderoso los flageló:
lluvias inauditas, fuertes granizadas
y tormentas terribles cayeron sobre ellos,
siendo, además, devorados por el fuego.
17Y lo más sorprendente era que el agua,
capaz de apagar cualquier cosa,
reactivaba el fuego más y más,
mostrando que la naturaleza
combate a favor de los justos.
18En efecto, a veces la llama amainaba
para no abrasar a los animales
enviados contra los impíos,
y para que estos, al verlo, comprendieran
que era la justicia divina quien los impulsaba.
19Otras veces, en cambio, aun en medio del agua,
la llama ardía con más fuerza que el mismo fuego,
para arrasar así los frutos de una nación culpable.
20Mas a tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles,
enviándole desde el cielo un pan preparado sin esfuerzo,
un pan que contenía en sí todo deleite
y capaz de satisfacer todos los gustos.
21Este sustento que tú dabas a los hijos
hacía patente con respecto a ellos tu dulzura,
pues se adaptaba al gusto de quien lo comía
transformándose en lo que apetecía a cada uno.
22Nieve y hielo resistían al fuego sin deshacerse
para que se dieran cuenta de que ese fuego,
incluso ardiendo en medio del granizo
y despidiendo chispas entre la lluvia,
era capaz de arrasar las cosechas de los enemigos;
23en cambio, para que los justos pudieran alimentarse,
ese mismo fuego olvidaba su eficacia.
24Y es que la creación, sometida a ti, su Creador,
despliega todo su poder para castigar a los malvados
y se vuelve acogedora a favor de los que confían en ti.
25Por eso, también en aquella ocasión,
revistiendo un sinnúmero de formas,
se puso al servicio de tu bondad, que a todos alimenta,
para satisfacer los deseos de los necesitados.
26De este modo, Señor, tus hijos a quienes tanto amas,
aprenderán que no son los frutos de la tierra
los que proporcionan sustento al ser humano,
sino que es tu palabra la que mantiene a los que confían en ti.
27Porque lo que el fuego no podía destruir,
quedaba derretido al simple contacto de un rayo de sol.
28Todos comprenderán así que es preciso levantarse
antes de la salida del sol para darte gracias,
y salir a tu encuentro antes de que amanezca.
29La esperanza del ingrato, en efecto,
como escarcha invernal se derretirá,
como agua que para nada sirve se derramará,