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1Como resultado de la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo;
2también por medio de Él, y a través de la fe por identidad, tenemos acceso a esta gracia, que es vivir la vida de Dios en Cristo, y nos mantenemos firmes. Así que nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios.
3Y no solo esto, sino también nos alegramos en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia;
4y la perseverancia produce carácter aprobado; y el carácter aprobado, esperanza;
5y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor sacrificial en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.[#(agápe), sustantivo femenino, primera declinación, tercera sección, caso nominativo, singular, traduce: amor. Sustantivo que deriva del verbo (agapáo), etimológicamente el verbo se forma de dos raíces: 1. El afijo (ag) que significa “yo” y 2. El morfema (apo) que viene del verbo (apágo) y significa clavar un puñal, sacrificar, incomodar, desacomodar. La palabra ágape, desde este análisis sería: dejar de ser yo para que el otro sea, desacomodarme yo para acomodar al otro, morir para que el otro viva, hace referencia al amar sacrificialmente.]
6Cristo murió por nosotros en el momento preciso: cuando éramos incapaces de salvarnos, siendo enemigos de Dios.
7Porque a duras penas alguien sería capaz de dar la vida por salvar a una persona justa; aunque quizás alguien pudiera arriesgar su vida por una persona muy buena;
8en cambio, Dios nos demostró su amor sacrificial en que Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores.
9Por tanto, ahora que hemos sido justificados por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de Él, seremos salvados del castigo de Dios!
10Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con Él mediante la muerte de su Hijo, ¡con mayor razón, ahora que fuimos hechos amigos de Dios, seremos salvados y recibiremos la vida plena por medio de la vida de Cristo!
11Y no solo esto, pues gracias a nuestro Señor Jesucristo, ahora que ya disfrutamos de la reconciliación, tenemos profunda felicidad y somos dignificados en Dios.
12Por medio de un solo hombre, el pecado entró en el mundo y por medio del pecado, entró la muerte; fue así como la muerte se extendió a toda la humanidad, porque todos pecaron.
13El pecado llegó al mundo antes que la ley, pero es cierto que el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley.
14Sin embargo, desde Adán hasta Moisés la muerte reinó, incluso sobre los que no pecaron de la misma forma, es decir, desobedeciendo a un mandato específico de Dios, o con la misma intensidad que lo hizo Adán, quien es figura de aquel que había de venir.
15Pero el pecado de Adán no puede compararse con la gracia de Dios. Pues, si por el pecado de un solo hombre todos recibieron la muerte, ¡mucho mayor fue el don de la salvación que vino por la gracia también a través de un solo hombre, Jesucristo, y abundó para todos!
16Tampoco se puede comparar el regalo de Dios, que es la gracia de vivir la vida de Dios en Cristo, con las consecuencias del pecado de Adán. Porque así como el juicio que lleva a la condenación fue resultado del pecado de uno solo, así también el regalo que lleva a la justificación viene por uno solo, y cubre una multitud de pecados.
17La muerte reinó porque un solo hombre pecó; pero los que han recibido en abundancia la gracia y el don de la salvación que se hacen efectivos a través de la justificación, reinarán en una vida plena, mediante un solo hombre, Jesucristo.
18Así como un acto de pecado de Adán trajo la condenación a todos los seres humanos, así también el acto de amor sacrificial de Cristo trajo la justificación y la vida para todos los seres humanos.
19Porque así como por la desobediencia de uno, muchos fueron hechos pecadores, también por la obediencia de uno, muchos serán hechos justos.
20La ley llegó para evidenciar que éramos incapaces de cumplirla, multiplicando así el pecado. Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
21El pecado reinó por medio de la muerte, pero ahora la gracia reina, justificándonos por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien nos da la vida eterna.