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2Altísimo Señor,
¡qué bueno es darte gracias
y cantar himnos en tu honor!
3Anunciar por la mañana y por la noche
tu gran amor y fidelidad,
4al son de instrumentos de cuerda,
con música suave de arpa y de salterio.
5Oh Señor,
¡tú me has hecho feliz con tus acciones!
¡Tus obras me llenan de alegría!
6Oh Señor,
¡qué grandes son tus obras!,
¡qué profundos tus pensamientos!
7¡Sólo los necios no pueden entenderlo![#92.7 término típico de la literatura sapiencial; se refiere especialmente a los que se niegan a comprender los secretos de la sabiduría divina y, por eso, pueden ser reprobados a causa de su ignorancia (Sal 32.9; 73.21-22; 94.8; cf. 1 Co 1.20-21). Véase también Sal 14.1 n.]
8Si los malvados y malhechores
crecen como la hierba, y prosperan,
es sólo para ser destruidos para siempre.
9Pero tú, Señor, por siempre estás en lo alto.
10Una cosa es cierta, Señor:
que tus enemigos serán destruidos;
que todos los malhechores serán dispersados.
11Tú aumentas mis fuerzas
como las fuerzas de un toro,
y viertes perfume sobre mi cabeza.
12He de ver cómo caen mis enemigos;
¡he de oír las quejas de esos malvados!
13Los buenos florecen como las palmas
y crecen como los cedros del Líbano.
14Están plantados en el templo del Señor;
florecen en los atrios de nuestro Dios.
15Aun en su vejez, darán fruto;
siempre estarán fuertes y lozanos,
16y anunciarán que el Señor, mi protector,
es recto y no hay en él injusticia.